domingo, 29 de septiembre de 2013

Un cocido a fuego lento


El cocido es el cocido y La Armuña es La Armuña. Todo esto es muy importante: Fundamental.

La Armuña es una comarca más histórica que natural en medio de Castilla. La cruzan, de levante a poniente, la carretera y la vía del ferrocarril que van de Cantalapiedra a Salamanca, la capital. Más a levante quedan Medina del Campo y Ávila. Más al norte queda Zamora. Los ríos más cercanos, el Tormes y el Duero, quedan a suficientes leguas como para ni siquiera barruntarlos.  En estas tierras, no se puede explicar el frío de la amanecida de invierno sin ayuda de la teología. No. No es baladí lo que se cuenta porque en las tierras de las que hemos hablado se crían los garbanzos de Fuentesaúco, las alubias del Barco de Ávila, las lentejas de La Armuña y los garbanzos pedrosillanos, de Pedrosillo el Ralo, éstos últimos, los protagonistas indiscutibles de la receta de hoy.


Tomamos, pues, unos garbanzos pedrosillanos, como cien gramos de garbanzos secos por comensal. Nos hemos decantado por estos garbanzos porque ya nos decantamos por los de Fuentesaúco para el cocido que guisamos con la olla rápida. No se puede distinguir cuál está mejor y, desde luego, ninguno está peor que el otro.






De víspera, ponemos los garbanzos con una cucharadita de moka de bicarbonato...






...  al remojo de agua tibia que sobre lo bastante para lo que los garbanzos hincharán durante la espera.






Llegada la mañana, es menester madrugar para llegar a tiempo de las preparaciones. Los garbanzos ya han hinchado todo lo que tenían que hinchar.






Disponemos un hueso de rodilla de vacuno, un trozo de morcillo de ternera, una punta de jamón, un hueso de caña con su tuétano, un hueso salado...






... un trozo de costilla de ternera, unos cachos de tocino, una pata de pollo y un chorizo de guisar.






Disponemos una ramas de apio, un puerro, un par de zanahorias, una chirivilla y un nabo...






... que pelamos cuidadosamente...






... y una patata que, asímismo...






... pelamos con la debida atención.






Disponemos una olla que llenamos de agua lo bastante para que en el hervor naden gráciles las viandas.






Añadimos al agua: las verduras, las carnes y la patata, y llevamos a ebullición de fuego vivo. Cuando empieza a hervir, añadimos los garbanzos, previamente lavados en varias aguas para quitar el gusto del bicarbonato, y bajamos el fuego a medio para mantener una cocción lenta y despaciosa. Los garbanzos deben echarse siempre en agua muy caliente o hirviendo porque sino se quedan zapateros. No hace falta echar sal porque ya llevan la suficiente el hueso salado y la punta de jamón.






Al buen rato de la cocción, las viandas se van limpiando y desengrasando, emergiendo en la olla la espuma y la grasa que retiramos...






... para que nos quede el caldo limpio.






Dejamos cocer por el tiempo que pidan los garbanzos -orientativamente, y a fuego lento: de dos a tres horas- y que se averigua sacando un garbanzo y probándolo.






Hoy nos ha costado tres horas llegar al punto deseado. Cortamos el fuego, llevamos a la lumbre un cazo y vamos añadiendo caldo del cocido con una escudilla hasta cubrir la cantidad deseada según el número de comensales, y colándolo para que quede bien limpio.






Cuando el caldo cuece con alegría...






... tomamos pasta de sopa al gusto -hoy, hemos cogido unos tiburones- y corregimos de sal porque la pasta lo pondría soso si no se tiene esa precaución.






Dejamos cocer a fuego vivo hasta que la pasta esté en el punto deseado, lo que se averigua tomando una muestra con una cuchara y probando. La orientación del tiempo la da el fabricante en el envase, pero no hay que confiar en ello más que en el sentido del gusto Dejamos reposar un par de minutos, emplatamos y servimos.






Mientras hemos cocido la sopa, hemos dispuesto en bandejas los complementos: las verduritas, a las que hemos añadido un chorrito de aceite...






... los garbanzos, que también hemos bautizado con un chorrito de aceite crudo...






... y los sacramentos, que no requieren de más maniobra. Disponemos en bandejas que sacamos a la mesa con una cuchara y un tenedor para que se sirvan los comensales a su gusto y saque.





Que sea de gusto -que lo fue-.




domingo, 22 de septiembre de 2013

Mízcalos a la plancha



Los mízcalos o níscalos en español -rovellóns y pinatells en catalán- son unas setas exquisitas.No es lo mismo pinetell que rovelló -son dos especies distintas- pero tan similares que las dos pueden traducirse por mízcalo.

En esto, como en todo, cada maestrillo tiene su librillo, y el del autor es que los mízcalos no se lavan, porque ya tienen demasiado agua; se preparan solos, jamás como guarnición de otra vianda; y se preparan a la plancha o a la brasa, nunca de otra manera, y por poco tiempo de fuego para que conserven el aroma, la textura y todo su sabor.






Disponemos unos mízcalos que limpiamos con ayuda de un papel de cocina y una puntilla, por si queda algo pegado que retirar, y cortamos el tallo al mismo nivel que la umbrela (el sombrero de la seta).






Así, los disponemos sobre la plancha y llevamos a fuego vivo sin nada más.






Añadimos una pulgarada de sal y atendemos a que la ebullición asome por los muñones de los tallos, lo que nos indica que la temperatura ya ha sido bastante para atravesar la seta.






Damos la vuelta con ayuda de unas pinzas para que el calor discurra por el camino contrario por un tiempo algo menor (si antes tardamos unos tres minutos, ahora no tardaremos más de dos).






Trascurrido esos dos minutos, volvemos a dar la vuelta a las setas, e inmediatamente...






... añadimos con alegría ajo y perejil picados. (Con alegría porque la mayor parte quedará en la plancha)






Inmediatamente, añadimos un chorro de aceite de oliva, dejamos que se arrebate unos segundos y...






... emplatamos.






Que sea de gusto. 

Mejillones al vapor


Hemos visto en la pescadería unos mejillones pequeñitos, brillantes, de buen aspecto, y nos ha dado por prepararlos al vapor. En sede de frutos de mar, siempre es que cuanto menos, más.







Disponemos los mejillones...






... que lavamos al chorro de agua fría, frotando unos con otros. No es precisa una higiene mucho mayor porque no aprovecharemos el caldo del hervor.






Ponemos un cazo con dos dedos de agua al fuego.






Cuando hierve con franqueza, añadimos los mejillones, y los dejamos hervir hasta que se abran.






Retiramos las valvas vacías y emplatamos sin nada más.






Que sea de gusto




Caracoles a la Gormanda



En Lérida se cocinan los caracoles con primor y en muchas presentaciones. Una de las preparaciones es "a la Gormanda" que resulta sabrosa y mucho más ligera que los salseados de tomate y puerco.







Disponemos unos caracoles que hemos comprado cocidos y congelados en un proveedor de confianza para ahorrarnos la faena de la purga, el lavado y la cocción a dos velocidades que requiere el caracol vivo.






Ponemos media cebolla picada bien pequeño en un poco de aceite (como dos cucharadas) y una pulgarada de sal.






Dejamos que la cebolla poche bien, dando buenas vueltas de vez en cuando con la cuchara de palo.






A la cebolla bien pochada le añadimos los caracoles, a los que damos una buena lluvia de pimienta negra.






Damos unas vueltas y añadimos una cucharada (de las de postre) de harina de trigo...






... y seguimos dando vueltas para que trabe todo, y hasta que la harina tome color tostado.






Que sea de gusto.



Acelgas cocidas con patata


La huerta esconde placeres que no tienen fama de tales. Por ejemplo, la acelga es una verdura exquisita, con sus amargos naturales y su salutífera función.






Disponemos unos ramilletes de acelgas..






... cortamos el troncho, abajo, y separamos las hojas con sus pencas (tallos).






Como la penca es más dura, cortamos las hojas y cortamos las pencas...





... porque la penca es más dura y debe cocer un poco más.






Pelamos y cortamos unas patatas a rodajas gordas.






Lavamos bien las hojas y las pencas de acelga sumergiendo en agua fría con un buen chorro de vinagre para que caiga todo lo que acompañe y no sea bien recibido, desde algo de tierra hasta alguna hueva de insecto.





Llevamos una olla a ebullición y echamos las pencas para que hiervan unos cinco minutos.






Transcurrido ese tiempo de cocción, añadimos las hojas troceadas...






... y las patatas, que añadimos a la vez por economía de tiempos. Seguramente, el plato quedaría algo mejor si la hoja cociera menos que la patata, pero si echamos ésta antes que las hojas corremos el riesgo de que se interrumpa la cocción y la patata se quede zapatera. Añadimos, también, una pulgarada de sal.






Tras un tiempo que determina la patata (hasta que esté perfectamente cocida, y que eso se dará a los entre quince y veinte minutos de cocción), retiramos del fuego y escurrimos.






Emplatamos y echamos un chorrito de aceite y unas gotas de vinagre. Ya está.






Que sea de gusto.