domingo, 29 de junio de 2014

Una ensalada de alubias con atún


Preparamos una ensalada de alubias con atún o un empedrat de atún. El empedrat es plato típico de la gastronomía catalana. Viene a ser igual, pero con bacalao en vez de atún y, además, lleva tomate. Por eso, esta receta figura en las etiquetas como empedrat de atún, pero el respeto al plato ha hecho no incorporar la expresión al título de la receta. Ya llamaremos empedrat a un empedrat, cuando lo hagamos.








Tomamos un poco de pimiento verde, otro tanto de rojo, otro tanto de cebolleta fresca y -juntándolo todo- otro tanto de alubias blancas cocidas. Mejor, pequeñas. Mejor, de Santa Pau (Girona). La idea para las proporciones es de ciento veinticinco gramos de alubias cocidas por persona, y lo mismo -en volumen- de verduritas.









Cortamos en brumoisse pequeño el pimiento verde, el rojo y la cebolleta, e incorporamos a la ensaladera.









Incorporamos las alubias...








... e incorporamos el atún escabechado y desmigado.








Tomamos el biberón para preparar una vinagreta con el zumo de una lima, un buen chorro de aceite, un chorro de vinagre y un chorrito de miel. Cerramos el biberón par no bautizar al mundo, y trabamos agitando bien.









Añadimos la vinagreta y un puñado de olivas negras de Aragón al plato.








Damos unas vueltas con la cuchara y con cuidado asaz para repartirlo todo sin romper las alubias.


Emplatamos y echamos una pizca de sal en escamas.








Que sea de gusto.


Tortilla jugosita de patatas con cebolla y su toque de chorizo



Hoy preparamos una tortilla de patatas con cebolla y chorizo ibérico, y nos proponemos hacerla jugosita por dentro para que tenga la textura y el sabor que pretendemos.







La cuestión que se trae a esta receta no es baladí porque la cáscara del huevo de gallina presenta endémicamente contaminación por salmonella, una enterobacteria que causa gastroenteritis de diversa gravedad en función de distintas variables; de modo que resulta fundamental la evaluación del riesgo cuando preparamos huevos no del todo cuajados en cualquier plato. Piénsese que las distintas enfermedades causadas por cepas de salmonella, tales como el tifus y las paratíficas -hoy llamadas salmonelosis- cursan con vómitos y cagaleras severas que, en ocasiones, conducen al shock hipovolémico mortal.

La primera variable a tener en cuenta es que en un individuo sano, el inóculo de bacterias necesario para causar enfermedad es muy alto: millones de unidades. Como la población de bacterias en la cáscara es escasa, nunca alcanza para causar enfermedad. Otra cuestión se da en el caso de que la cáscara tenga grietas o golpes. En ese caso, la población de salmonella puede invadir la clara del huevo y, a temperaturas normales, puede conseguir multiplicarse exponencialmente. Por eso, cuando guisamos el huevo no del todo cuajado, lo haremos para comensales sanos y siempre con huevos frescos que presenten la cáscara intacta.

La segunda variable es la de la temperatura del alimento. Las distintas cepas de salmonella no sobreviven a temperaturas superiores a los setenta grados centígrados, temperatura que, naturalemente, debe alcanzarse en todo el alimento. La temperatura de cuajado del huevo de gallina también ronda los setenta grados, y la del hervor del aceite de oliva se mueve, según aceites, entre los ciento ochenta y los doscientos vente grados centígrados. Por tanto, para alcanzar una temperatura de seguridad tendríamos que tener el huevo enteramente cuajado porque así estaríamos seguros de que los setenta grados se han alcanzado en todo el alimento. Si no está enteramente cuajado, podemos estar en el interior del alimento en temperaturas que no garanticen la desinfección, pero sí son suficientes para mantener la población de salmonella en mínimos que no comprometan la salud. En consecuencia, la segunda medida para la gestión adecuada del riesgo es que la tortilla sea comida rápidamente: no dejar que pase mucho tiempo entre la salida de la sartén y la entrada en el estómago y, si ha de pasar, que sea poco y lo haga en el frigorífico.

La tercera no es variable: es constante. La manipulación de huevos requiere una higiene exquisita, lavándose las manos cada vez que se está en exposición al bicho.

Con estos antecedentes de seguridad o de gestión del riesgo, más bien, nos ponemos a la labor. Guisamos para tres comensales, y la dosis será de tres huevos, dos patatas más bien pequeñas y una cebolleta.








Cortamos la cebolla en juliana fina y, en perpendicular, en tres o cuatro trozos. Cortamos la patata en cuartos a la larga y éstos, en juliana fina. Llevamos a la sartén a fuego medio para que se medio frían y se medio confiten, todo a la vez.








Vigilamos el fuego para que no se arrebate el guiso y se mantenga haciéndose despaciosamente.









Durante la cocción en el aceite, tomamos unas rodajas finas (un par por comensal) de chorizo ibérico...








... a las que retiramos la piel...








... y troceamos en bien pequeño.








Cuando las patatas empiezan a estar a punto -no antes, porque estamos gestionando un riesgo- tomamos los huevos que llevamos a un lebrillo debidamente cascados...








... añadimos una pizca de sal y batimos hasta conseguir su aspecto homogéneo.









El aspecto de la patata y la cebolla nos dice que ya está listo...








... e incorporamos el chorizo, dejándolo a ese mismo fuego medio por un minuto.








Retiramos, escurrimos y añadimos una pizca de sal...








... e incorporamos al huevo.







Llevamos la sartén al fuego vivo con una cucharada de aceite de oliva.








Cuando toma su temperatura, incorporamos la masa del huevo batido con las patatas, la cebolla y el chorizo.








Hacemos por medio minuto por abajo, vuelta y otro medio por arriba, y vuelta y un último medio por abajo para que, así, nos cuaje bien por los dos lados, nos quede jugosita por dentro, y alcance una temperatura que ronde los umbrales de seguridad, en las condiciones de consumo que se han dicho.








Emplatamos...







... y servimos.







Que sea de gusto.

domingo, 22 de junio de 2014

Ensalada de patatas




Hoy, saltando entre las brasas del clima en solsticio de verano, hemos dado en preparar una sabrosa y sustanciosa ensalada de patatas con otros frutos de la tierra y del mar, para una nutrición adecuada y para darnos un homenaje ¡qué coño...!









Empezamos por disponer unas patatas, a razón de unos ciento cincuenta gramos por comensal...









... que llevamos a la cazuela con un par de buenas pulgaradas de sal.








Añadimos agua caliente hasta cubrir, y llevamos al fuego vivo...








...  para que hiervan con alegría.








En otro cacharro, ponemos huevos a hervir, a razón de un huevo por comensal, y otro más de propina a repartir entre todos.







Las patatas echarán su buena media hora en cocer (averiguaremos cuándo están cocidas pinchando con un palillo y valorando la resistencia al pinchazo), y el huevo se echa diez minutos, todos a contar desde que empieza el hervor franco.

Entre tanto, tomamos unas cebolletas, pimiento rojo y pimiento verde. La proporción es de un octavo de pimiento rojo y medio pimiento verde, más una cebolleta por cada comensal.







Cortamos las verduritas en brunoisse (en juliana y, luego igual, pero en perpendicular).








Empezamos a emplatar disponiendo las patatas en tajadas, como de un meñique de grosor.









Nevamos las patatas con las verduritas cortadas en brunoisse.








Añadimos un par de cachos de huevo duro y unas migas de atún en escabeche.








Añadimos un tomatito cherry, unas anchoíllas de lata y unas olivas negras de Aragón.








Tomamos el biberón para preparar una vinagreta sencilla: un dedo de vinagre, dos, de aceite y una pulgarada de sal. Agitamos bien por medio  minuto y tenemos trabada la vinagreta.








Aderezamos la ensalada con la vinagreta y servimos.







Que sea de gusto.






Piringüingüis



piringüingüis: sust. m. pl. Bígaros cocidos en salmuera ligera que se comen como entretenimiento. 

La palabra no la recoge el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Mucho peor para ellos: Los ancestros del autor, todos vallisoletanos y habladores de la lengua española con perfección intachable, se referían a los bígaros cocidos como piringüingüis. A lo mejor, los académicos no conocen la palabra ni el manjar que define, asunto que nos es -naturalmente- ajeno.







Vayamos, pues, a la preparación:

Tomamos unos bígaros (moluscos gasterópodos negros verdosos que abundan en el Cantábrico), a razón de un puñadito por comensal.









Tomamos sal común, a razón de tres cucharadas soperas por litro de agua en el que hervir los bígaros,









Llevamos el agua y la sal a ebullición y, cuando hierve con hervor franco, añadimos los caracolillos, y dejamos que vuelva a hervir teniendo cautela porque los moluscos, en general, espuman mucho durante la cocción, y la espuma puede rebosar de la cazuela, apagar el fuego y dejarlo todo perdido...









... de modo que iremos desespumando con una escudilla según vaya saliendo la espuma.









Dejamos cocer, así, cinco minutos, escurrimos y servimos.







Los piringüingüis se comen con ayuda de una punta de París o un alfiler: Se retira la lenteja de carey conque se protege el animal y que cierra el acceso de la concha, se hurga con la punta del alfiler para localizar el bicho, se pincha en el cuerpo, se extrae y se come.


Que sea de gusto.





Sardinas a la andaluza



Hoy preparamos unas sardinas a la andaluza.








Disponemos unas sardinas, a razón de media docena por comensal, que nuestra pescatera nos ha descabezado y destripado en un pis pas.








Lavamos bien para acabar de quitar las escamas, y dejamos escurrir, mejor en la nevera para que sequen y luego no tomen más harina de la precisa y necesaria para la fritura.








Enharinamos en un plato al que hemos incorporado dos cucharadas de harina de trigo y otras dos, de garbanzos, con su pulgarada de sal, todo lo cual hemos mezclado bien.








Sacudimos para quitar el exceso de harina y llevamos a la sartén con aceite de olivas bien caliente. Freímos.








El punto de fritura es discutible y, por tanto, discutido. Hay quienes prefieren los pescados hechos muy poco. El autor, sin embargo, es partidario de dejar las sardinas crujientitas. Así, según le dé a las soberanías de cada cual, se fríe hasta el punto deseado y se saca a un plato con un papel absorbente de cocina para que embeba el exceso de aceite.









Emplatamos. Hay quien es partidario de ponerle cosas para dar más lustre y color. Uno, en su modestia, cree que las sardinas deben servirse sin guarniciones. Ninguna le viene a modo y todas estorban.









Que sea de gusto.