Las sopas de ajo es un plato de toda la vida, con más historia que cualquiera de nuestras Instituciones, y con tantos arcanos como cualquier museo de arqueología, pero se comen y están muy ricas.
No es una sopa, son sopas. El plural le viene de ensopar el pan seco que nos ha sobrado de días anteriores, guisarlo con un poco de ajo frito y pimentón. Todo lo demás, son luminarias.
Hoy vamos a hacer unas sopas de ajo completitas, nutritivas. Plato único o principal para disfrutar del invierno antes de que se nos acabe.
Vayamos a la preparación:
Cortamos en lascas muy finas pan seco, del que nos quedó en la panera de días pasados. Las lascas deben ser muy finas o, si se prefiere, se puede cortar en dados pero, en ese caso, de no más de medio centímetro de arista:
Cortamos en trocitos muy pequeños alguna vianda que encontremos en la nevera. Mejor combinar cerdo con ternera (algunas piltrafas de carne con algo de tocino entreverado, algo de carne picada, el mondongo de una salchicha...). Nosotros vamos a incorporar un poco de chorizo y una loncha de cecina, que troceamos minuciosamente:
Disponemos en una cuchara de palo la cantidad de pimentón necesaria. Es recomendable que las sopas de ajo no piquen, pero tampoco pueden servirse sin la dosis justa de picante bastante para espabilar el sabor. Nada más.
Como estos meses el pimentón nos viene un poco muerto (falto de brillo y de picor) resolvemos añadiendo el equivalente a una cucharadita de moka, rasada, de pimentón picante con otras tres de pimentón dulce, que nos viene de un rojo más brillante, de mayor confianza:
Pelamos un diente de ajo medianito por comensal, más uno de propina. Echamos una cucharada de aceite por comensal, más otra de propina, en un cazo, y lo ponemos al fuego. Como el volumen del aceite, normalmente, no va a permitir cubrir los dientes de ajo, mantenemos el cazo inclinado sobre el fuego al objeto de que el aceite cubra el ajo:
Cuando el ajo empieza a tomar color dorado, retiramos del fuego, añadimos el chorizo y la cecina troceados:
Damos una vueltas con la cuchara de palo y aprovechamos para partir por presión los dientes de ajo para que se vayan deshaciendo. Añadimos el pimentón dulce y picante y seguimos -siempre fuera del fuego- dando vueltas. Cuando lo tenemos trabado, añadimos el pan:
Damos unas vueltas para que el pan se caliente y se empape de la fritura que llevamos hecha, y añadimos el agua:
Añadimos una pizca de sal por comensal (siempre teniendo en cuenta la salazón de las viandas que hemos echado) y dejamos cocer a fuego medio unos diez minutos. El reloj que nos avisa es el aroma y la brillantez del plato en su cocción.
Como el chorizo y la cecina le van a dar mucha consistencia al plato -sabores muy subidos- y como tenemos el pimentón picante bastante aburrido, hemos pensado rectificar el plato añadiendo unas guindillitas en salmuera:
Finamente troceadas:
Un par de minutos de cocción más, y servimos en el plato:
Ahora, ya en la mesa, ya en el plato y bien caliente, recién servido, añadimos un huevo crudo:
Damos unas vueltas con la cuchara y la trabazón del plato será la idónea:
Que sea de gusto.
Cuando estamos juntos, cocinamos juntos. Cuando no, compartimos nuestra cocina en el blog. Nuestra cocina es sencilla porque no tenemos pinches; económica, porque no tenemos dinero; de calidad, porque tenemos paladar y segura, porque sólo tenemos una vida para contarlo. Los autores firman cada receta y, al firmarla, juran y adveran haberla cocinado como lo han escrito, haberla comido con satisfacción y responden de que les ha sentado bien. Son los únicos requistos para publicarla.
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