Plato que el autor recuerda de su infancia casi con emoción, y legado de sus ancestros de la cocina vallisoletana y tan económica como ferroviaria.
Disponemos unas patatas...
... que pelamos y cortamos en rodajas como de un dedo de anchura.
Echamos una pizca de sal mientras están en el lebrillo y damos unas vueltas para que coja. Enharinamos pasándolas por un plato con harina por todos los lados, y sacudimos para sacar el sobrante.
Batimos unos huevos en proporción con las patatas que vamos a guisar, y con una pizca de sal. La verdad es que impregna muy poco. Con dos huevos tenemos para un guiso de cuatro a seis comensales.
Rebozamos...
... y freímos por tandas.
Según vayan dorando en la sartén, las retiramos a una cazuela.
Fritas todas, e incorporadas a la cazuela, retiramos buena parte del aceite de la sartén (como dejando el volumen de dos chupitos), y disponemos la cebolla, unos ajetes y una ramita de perejil.
Picamos muy menudo media cebolla por cada cuatro comensales...
... y un ajo tierno (o medio grano de ajo seco) por comensal...
... y la ramita de perejil muy picadito...
...que incorporamos a la sartén, par que se haga a fuego medio, con una pizca de sal.
Cuando está pochado, pero sin llegar a tomar color, añadimos un vaso de agua y damos vueltas para que se trabe con los restos de harina de la fritura de las patatas.
Añadimos la salsa verde a las patatas, añadimos agua justo hasta que cubra, y dejamos cocer a fuego lento un rato breve, como de diez minutos. No hay que sufrir con el cronómetro: se sabe por el aroma.
Servimos:
Que sea de gusto.
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