En España, hay tantas morcillas como pueblos. El autor se ha limitado a tomar unas morcillas de cebolla y arroz, todo en junto, melosas y agradables, las ha conservado en la nevera, bien frías pero no, heladas. Con esa textura, se puede cortar sin problemas en medallones, que llevamos a la sartén en la que hemos puesto un poco de aceite (no más de dos cucharadas), que llevamos a fuego vivo.
Mientras se calienta, cortamos con un vaso y apretando contra el mármol, una tajada de pan de molde para sacar unas obleas redondas y de diámetro adecuado al de la morcilla.
Con el aceite caliente, llevamos el fuego al mínimo y ponemos los medallones de morcilla sin más manipulación (ni pelados, ni pelados pero dejando un hilo ni ninguna otra de esas complicaciones que se oyen con frecuencia).
Cuando ha tostado por un lado, se da la vuelta con unas pinzas, y cuando ha tostado por el otro, se llevan a la oblea. Ya está.
Que sea de gusto
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