domingo, 11 de mayo de 2014

Calamarcitos a la plancha


Preparamos unos calamarcitos a la plancha. La verdad es que fuimos al mercado en busca de chipironcitos, pero no había y, como -a falta de pan, buenas son tortas- hemos comprado los calamarcitos más pequeños que hemos encontrado, y hemos dedicado dos a guisarlos con habas y otros dos, a prepararlos a la plancha con su ajo y su perejil.







Tomamos los calamares, que limpiamos con mucho aseo, casi con delectación. Hay que decir que los calamares pueden esconder en el saco cualquier cosa menos un tesoro de peluconas de oro: peces, babas, mierda... todo lo que al lector se le ocurra y un poco más. Es, pues. menester, limpiarlos con esmero, algo -por otra parte- bastante sencillo, incluso para no profesionales de la medicina, la urología y la andrología: Se mete el dedo por el culo (por la punta del saco) y se da la vuelta al calamar como se le da a un calcetín. Si se quieren mantener las aletas, que es lo que hacemos nosotros, podemos girarlo hasta la mitad, y ya tenemos bastante entre lo que hemos limpiado metiendo el dedo por arriba y metiéndolo por abajo.








Bien limpios, los llevamos a la plancha muy caliente con su gotita de aceite de olivas y su pulgarada de sal. Salvamos los sacos, las aletas, los bigotes y los tentáculos. Tenemos buen cuidado de que no se nos quede la boca: un molino de carey conque los cefalópodos besan a sus víctimas y, a medias vueltas levógiras y dextrógiras alternativas, los destruyen y se los comen ya más que masticaditos. Resultan, más que crujientes, duras como piedra. Desechamos, también, la tinta.








Los calamares saltan vivos y saltan aún más en la sartén: son cosas de las bestias saltarinas, pero el cocinero debe tenerlo en la debida consideración para evitar accidentes desagradables. Basta protegerse con una tapadera amplia, sujeta por la mano de rienda como si de un escudo se tratase.

Cuando el calamar ha tomado su poquito de color, añadimos un diente de ajo y unas hojas de perejil todo cortado a su mínima expresión: de un diente de ajo mediano deben quedar no menos de doscientos trocitos. Si el cocinero no se siente con ganas de tanto minimalismo, siempre puede evitar el cuchillo y picarlo con un molino para el ajo, de esos que se encuentran en el paisaje naif, todo hecho de aluminio, barro y hojalata, que se encuentra en alguna tienda inmediata a todo mercado y donde se consiguen todas las herramientas verosímiles e inverosímiles de la cocina.









Damos sus buenas vueltas con la cuchara de palo para que calamar, ajo y perejil bailen sus bodas por un par de minutos, emplatamos y servimos.








Que sea de gusto.




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