En Castilla la Vieja hay costumbre -o la hubo- de guisar las verduras al ajoarriero. Hoy, visto el aparador de Antonia, nuestra verdulera, y todas las verduras que nos ofrecía, nos hemos decantado por la coliflor.
Disponemos, pues, una buena coliflor...
... y unas patatas. La proporción es una patata y un quinto de coliflor por comensal.
Lavamos bien la coliflor sumergiéndola en agua fría con un buen chorro de vinagre.
Pelamos las patatas y las cortamos en trozos como de dos dedos de lado, y sin partir con chasquido para que no pierdan más almidón del que de suyo corresponde.
Llevamos a la cazuela con agua, y ponemos a fuego vivo hasta que hierva con alegría por -más o menos- veinte minutos. El punto se sabe cogiendo un palillo y pinchando la coliflor y la patata. Si entra sin dificultad y sale con la misma facilidad, es que hemos cocido adecuadamente.
Pelamos un diente de ajo, y lo machacamos dando un golpe con la pala del cuchillo contra la tabla.
Lo llevamos a un cazo con un buen chorro de aceite de oliva, y lo ponemos a fuego lento para que se haga muy poco a poco hasta que tome color, pero justo el color de la arena, no más allá porque amarga.
Cuando ha cogido el color, añadimos el pimentón -una cucharadita de las de moka de dulce y una cuarta parte más de picante-, añadimos una pizca de sal y mantenemos a fuego lento por medio minuto más, para que no se queme.
Añadimos un buen chorro de vinagre (como la medida de un chupito) y dejamos que evapore los vahos del acetato por un minuto, tampoco más.
Tomamos la cazuela de la cocción de patatas y coliflor, asimos por las dos asas con ayuda de una rodea, y mantenemos sujeto el pomo de la tapadera para retirar el agua volcando hacia delante. Una vez escurrida, añadimos el aceite de ajo y pimentón con su vinagre hervido.
Emplatamos y servimos.
Que sea de gusto.
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