domingo, 20 de julio de 2014

Gambas a la plancha


Dios siempre premia la paciencia. Acaso, más bien, premia la contumacia, pero ese sustantivo que suena menos pío. Seguiremos, pues, llamándole paciencia para evitar tener que discutir. Sea como fuere, hoy hemos encontrado en el mercado unas gambas de buen porte, frescas de acabar de morir -aún se olía el crisma del viático-, y a un precio asumible para nuestro bolsillo y, claro es, no hemos tenido duda ninguna.










Así que hemos llevado la plancha al fuego vivo, hemos echado una buena pulgarada de sal gorda y hemos acostado las gambas por un lado.









Al minuto de fuego, echamos un chorrito de aceite de olivas, y damos la vuelta para que duerman del otro lado por otro minuto, previo echar otra pulgarada de sal gorda por encima de las cabezas.









Dejamos que se hagan por otro minuto, retiramos y emplatamos. Téngase en consideración que lo que en este plato llamamos minuto no dura más de cincuenta segundos, que, como ya se dijo en otra receta, la gamba no es material de guarnicionería, por tanto no tiene por qué perder su frescura, su textura, sus aromas y su sabor con un exceso de fuego. Hay que guisar lo justo.








Emplatamos. 




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