domingo, 9 de marzo de 2014

Llonguet amb arengada


Las personas nos soliviantamos mucho y muy precipitadamente. Sin ir más lejos, la corrupción política es la primera entre las preocupaciones de los españoles, cuando goza de una buena salud envidiable desde los años miles, desde Godoy a la Guerra de África, por poner dos ejemplos. Hoy recordamos a un político español de la Segunda República, autodenominado radical,, que tuvo que ver con Strauss y Pearl, un oscuro asunto de casinos que el imaginario popular rebautizó como Strauss y Perlovich, de donde procede la voz estraperlo que define el matute de alimentos para librar las Inspecciones de Consumos (los Consumeros) que cobraban los impuesto del consumo (el IVA de aquellos años), práctica que desarrolló mucha actividad después de la Guerra Civil (1936 a 1939).

Lerroux hizo buena parte de su carrera política en Barcelona. Llamado "Emperador del Paralelo", populoso barrio de obreros y locales de espectáculo, gritaba sus consignas populistas subido en un tonel y enseñaba con orgullo "su comida": un llonguet y una sardina arenque. Después se iba a comer al Hotel Oriente pero de eso ya no era testigo su público.

El llonguet es un panecillo típico catalán, redondeado y hueco, con una muesca longitudinal en su parte superior. Es suave y poco macerado. Durante muchos años, tuvo mucho éxito para los almuerzos y las meriendas.






Los trajinantes, cosarios, mozos de cuerda y del mercado y demás gañanes fuertes como toros desayunaban con frecuencia un llonguet con una sardina arenque (arengada, en catalán). La costumbre se extendió a sus encargados y a sus jefes y llegó a ser un desayuno de referencia en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX.

Recordando a Lerroux, a todos los mozos de cuerda y de mercado y a los propios mercaderes de aquellos años, hoy nos desayunamos con un llonguet con arenque. Sea en su recuerdo:


Para empezar, compramos en el bacaladero unas sardinas arenques. Hay que desconfiar de cualquier bacaladero que las sirva de cualquier otro modo que no sea envueltas en papel firme, como de estraza, y parafinado por la parte interior.







Seguimos congelando el envuelto por una semana para reventar cualquier hueva de anisakis que pudiere tener, porque comeremos las sardinas crudas. Pasada la semana durmiendo en el congelador, le damos un paseo de un día entero en la nevera y las sacamos al mármol de la cocina para que recuperen la temperatura ambiente unas horas.


Abrir el envuelto confirma los aromas saturados, hasta ofensivos, de los peces que ya se barruntaban cuando se empezaba a manipular el envuelto. No hay que asustarse: buena parte del olor es de los hígados que retiraremos.








Limpiamos las sardinas quitando la piel con sus escamas, los hígados, la cabeza y la espina. Hay quienes hacen cosas muy raras (poner la sardina en papel de estraza entre las bisagras de una puerta y cerrarla, ponerlas envueltas en el papel bajo la zapatilla y dar un cuarto de vuelta levógiro y otro dextrógiro...) pero no hace falta: las sardinas arenques se lavan como las cruqas, aunque hay que tener un poco más de paciencia porque están más duras y prietas: Se abren por la panza, se separan los lomos con cuidado, se retira la espina central, se lleva el dedo al interior de la aleta caudal y se mete el dedo, uña arriba, pulpejo abajo, entre la piel y el lomo, para separarlos y desechar la piel con todas sus escamas y quedarnos los lomos.







Llevamos los lomos a un recipiente y echamos aceite de olivas para que se apacigüen durante un día.








Tomamos un longuet...








... que abrimos por la mitad, y frotamos un tomate maduro. No hace falta echar sal porque ya lleva la suya el pez. Aderezamos con unas cucharaditas del aceite de apaciguar los arenques.







Cerramos y nos lo comemos con fruición.






Que sea de gusto.




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